Los inicios periodísticos de Elena Poniatowska

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Lecturas con pátina

José Antonio Aspiros Villagómez ________

 Antes que prodigar muchos elogios al libro Jardín de Francia (430 páginas, Fondo de Cultura Económica, 2008) y a su autora Elena Poniatowska, aunque los merecen, es mejor analizar algunos aspectos que llaman la atención dentro de este elegante y cuidado volumen que reúne entrevistas y crónicas escritas en los años 50 y 60 del siglo XX.

Se trata de trabajos periodísticos de la autora -en algunos casos queda la impresión de que sólo son fragmentos de los mismos-, si bien nunca se mencionan las fechas ni los medios donde fueron publicados, lo cual bien visto resulta innecesario y poco elegante, ya que el lector atento intuye con facilidad la época, por el contexto, la identidad de los personajes y los asuntos que tratan.

Las únicas pistas refieren que el 19 de marzo de 1953 publicó en el diario Excélsior su primer artículo “sin saber que… determinaría mi vida”, y que durante sus “primeros años de reportera” escribió para ese periódico y para Novedades.

Se puede pensar al principio que el hilo conductor del libro es sólo “lo francés” (personas, lugares, situaciones), especialmente por los datos que contiene el prólogo y porque los temas son muchos y tan disímbolos, que pasan de la guerra en Vietnam en una página, al músico Arturo Rubinstein en la siguiente, y si bien los hay sobre cine, literatura, música y pintura, también están los de política, filosofía, ciencias y diplomacia, entre otros.

Esa variedad, que además es amenidad, permite que cada lector comience por cualquier parte del libro, y no necesariamente en orden consecutivo. No hay en este volumen estampas entretenidas de los ‘bois du France’, o recorridos de turista apresurado por las bodegas y viñedos del valle del Loire (“llamado con justa razón Jardín de Francia”), o las bellezas de París, sino algo mejor: una buena muestra del tipo de periodismo que hizo Elena Poniatowska en sus primeras décadas. Preguntar, era lo suyo desde entonces.

No es un trabajo de grandes revelaciones noticiosas dignas de las ocho columnas, sino de temas más perennes y que no buscan conmocionar, sino estimular.

‘bois du France’

Gracias a que menciona en los textos las incidencias de su tarea, es posible conocer las varias frustraciones y dificultades que tuvo con ciertas figuras. Por ejemplo, a pesar de que iba recomendada como “la señorita princesa”, su entrevista al escritor y académico Pierre Benoit resultó literalmente “dada al queso”, mientras que con Francois Mauriac (Premio Nobel de Literatura) “me di cuenta (…) de lo que significa la palabra fracaso” cuando “un entrevistador bisoño” puede resultar irresponsable e insolente si “le pide a una persona algo de su tiempo valioso, y (…) luego lo desperdicia”.

Reconoce que muchos de sus entrevistados se malhumoraban, se reían de sus preguntas o le pedían -como el filósofo Régis Debray- ver el texto antes de que se publicara. A la famosa modista Coco Chanel -quien “afeminó el traje masculino”- sólo le hizo una semblanza porque nunca aceptó que la interrogara, y también confiesa que “es horrible entrevistar a (André) Malraux (ministro francés de asuntos culturales) con mi escasísimo bagaje”.

Pero no todo fueron contratiempos. Varias de las entrevistas seleccionadas para este libro -algunas hasta divertidas-, contienen preguntas a veces ingenuas y otras eruditas, pero que provocan respuestas con mucha sustancia; trata a sus interlocutores de “usted” -respeto que se ha perdido- y no los “cuestiona” -equivocada expresión moderna- sino que los interroga.

Francois Mauriac.

Además,  como “toda mi cultura era francesa”, en la mayoría de los casos hace gala de lo que sabe sobre los temas y las personas, y va a sus encuentros preparada con lecturas y apuntes, es decir, conoce el oficio y se pone al nivel de sus interlocutores.

No importa que a un mismo texto lo llame “primer artículo” y luego “pequeña entrevista” (son diferentes géneros), sino que lo valioso en su caso es cómo a lectores del siglo XXI les presenta de manera atractiva información sobre gente que ahora ya está olvidada o tal vez ni se le conozca, pero que en su momento fue importante; lo que dijeron o hicieron, se revive en estas páginas y se vuelve interesante.

Le gusta describir a sus entrevistados: “calvo, gordito, chaparro”, “pequeña y regordeta”, “piernas gruesas y terribles”; habla de cómo se sientan o se expresan… así parece desquitarse de las respuestas iracundas de algunos de ellos (no tanto como las contestaciones insolentes de ese “novelista austronorteamericano” con vocación suicida, Edgar Franz Milton, inventado por el escritor argentino Andrés Neuman, 1977).

Andrés Neuman.

Hasta sus notas necrológicas -como la del poeta y diplomático Paul Claudel- son interesantes. No hay límite en los temas, se metió a todos y algunos están relacionados con el polémico Premio Nobel de Literatura al político británico Winston Churchill; el caso de los curas obreros -Sergio Méndez Arceo entre ellos-; el poder de las mujeres periodistas a propósito de Marcelle Auclair, directora de la revista Marie Claire; la riqueza orientadora de los tópicos culturales; el fracaso que Sartre admite entre la juventud; el odio entre los hombres a que se refiere Ionesco; las experiencias de Roger Heim con los hongos de María Sabina, y la entrevista con Vladimir Kaspé por lo que dice sobre el fallido plan de Le Corbusier para modernizar París, y porque construyó en la ciudad de México el Súper Servicio Lomas, que en 2007 se salvó de ser demolido para edificar en su lugar la Torre Bicentenario.

Un libro, en fin, que ofrece una rica mezcla estilística de literatura y periodismo.

Winston Churchill,

(Una primera versión de este artículo, fue difundida en 2010)